Ese día siempre llega y tú estás allí. Hasta que sucede, y desde el momento que tienes consciencia de ti y tu entorno, desde muy pequeño, empiezas a pasear con ellos. Te acompañan a cualquier hora y en cualquier circunstancia. Según vas creciendo son más y tu relación con ellos es más profunda.
Estás en tu mesa de trabajo. Llevas unos segundos con el móvil junto al oído, hasta que la señal cambia y decides colgar. Llamarás más tarde. Mientras esperabas que te contestasen se ha sentado junto a ti tu padre. Te ha sonreído. Has hecho el gesto de que esperase hasta terminar tu llamada, pero él se levanta y le ves desaparecer por el pequeño pasillo que conduce a la salida del despacho sin volver la cabeza ¿doce años ya?
Paseamos perdidos en nuestros recuerdos y junto a nosotros pasan ellos en silencio. Nos miran desde otra mesa en la cafetería. Nos ceden el asiento en el bus. Nos empujan sin querer en la salida del metro.
En el desaparecido Barrio de la Cruz Blanca de Granada. Debía ser fin de semana. Casi todos están en el patinillo sentados a la fresquita de la tarde formando un círculo con sillas de enea con urdimbres desvencijadas por entre las que se ven a un par de gallinas picoteando el piso de tierra. Es el velatorio de mi tío abuelo Paquito. Voy a su habitación. No debo de tener más de ocho años, El está de pie, apoyado sobre sus dos muletas, mirando a al interior de su féretro. Me mira y sonríe. Salgo corriendo con el rostro desencajado buscando a mi madre que no me escucha, solo llora.
Tú estarás allí. No sabrás distinguir a los vivos de los muertos. Serás uno de ellos y pasarás en silencio junto a tus hijos que te mirarán fijamente a los ojos. Ese día siempre llega. Tú estarás allí en silencio, mirando fijamente a los ojos de ellos.