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Dos niños. Teníamos miedo a nuestra propia ignorancia. Teníamos el miedo que nos inculcaban nuestros mayores producto de su propio miedo, su propia ignorancia.

El camino es largo y se necesita alcanzar cierta estatura para llegar a intuirlo.

Pudimos vivir una vida juntos. Éramos tan pequeños que no supimos esperarnos. Nos asustamos. Que gran incógnita el uno para el otro. Mi cuerpo, en mitad de todos aquellos cambios hormonales, temblaba cada vez que aparecías y mi garganta era un cactus en mitad del más árido de los desiertos de Marte. Hasta ese momento en el que te vi por vez primera no supe entender lo que era la belleza. Sin duda me enamoré de ti para siempre con un sentimiento que ahora, cuarenta años después, siento muy anterior a aquellas horas; historia vivida en otro tiempo, en otros cuerpos, en otra dimensión. Tu breve voz, tus silencios, tus alharacas, el sudor sobre tu labio superior, tus elegantes piernas, el color de tu pelo, tus pechos, tus labios… son los mismos que hoy me hacen sentir morir de amor en esta noche en la que, en mi soledad, me llenas toda la memoria y estás tan presente a pesar de la distancia, tu marido, tus hijos, tu rutina.

¿Te he dicho que te amo?