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Había caído la tarde. Apenas entraba algo de luz por la ventana; la suficiente para distinguir el vaso de agua y el bote de pastillas al que miraba fijamente. Bajo el vaso una nota manuscrita y un bolígrafo BIC cristal azul junto al móvil. Sentía una profunda liberación ante lo que estaba a punto de hacer. Al fin terminaría todo. Tomó el vaso con una mano y las pastillas con la otra. Sonó un silbido digital; un mensaje de WhatsApp. Por un instante dudó si leerlo. Finalmente lo leyó hasta tres veces con cara de sorpresa.

Dejó el vaso y las pastillas en la mesa. Se reclinó sobre el respaldo del sofá. Cerró los ojos y decidió dejar pasar el tiempo. Aquel final le gustaba más. La pantalla del móvil seguía encendida y en ella se podía leer el mensaje enviado a su cuenta por error: «Estará en casa toda la tarde, siesteando en el sofá. Dejo la puerta de servicio abierta. Hoy debe morir.»