Es de madrugada y faltan varias horas para que la primera luz le saque sombras a las sombras. Sale con la intención de perderse por unas horas en el campo. Hace décadas que no hace algo así. Intenta recordar la última vez. Se recuerda adolescente, pantalón corto de pana caqui y mochila de loneta gris con remates en cuero quebrado por el tiempo, un domingo de mayo esperando el autobús que le llevará hasta ese pueblo en la sierra del que ahora no consigue recordar su nombre.
Se monta en su viejo coche, se coloca el cinturón de seguridad, regula el retrovisor, pone la llave en el contacto y duda si girarla mientras piensa en la ITV que no ha pasado y las multas acumuladas que nunca podrá pagar. Arranca el motor y pone rumbo a su vieja ciudad. Esta vez este sencillo viaje de varias horas se le antoja algo tan complicado como un enlace geodésico entre Europa y África a finales del siglo XIX.
No tiene rueda de repuesto, se la robaron la última vez que le abrieron el coche. El depósito apenas tiene gasoil para la ida y en el bolsillo del pantalón cincuenta euros mal contados. Se pone en marcha..
Perdido en los recuerdos de aquellos años, en los momentos felices montando tiendas de campaña y jugando en la noche a gincanas al raso de la estrellada sierra, llega con el amanecer al barrio en el que tantos amigos tuvo él, niño del centro, al que siempre gustó de perderse por los arrabales. Allí se detuvo el coche sin combustible. Como puede, de mala manera y a empujones, aparca.
El fresco de la mañana penetra su fina camisa. Pasea varios kilómetros hasta aquellos viejos y románticos jardines junto al río; junto a la biblioteca pública donde pasó tantas horas. Él recuerda aquí la parada del autobús que cada fin de semana se llenaba de muchachos que, con sus alegres canciones, hacían del mundo un lugar confortable y seguro. Recorre de punta a punta la avenida pero todas las paradas son de autobuses urbanos. Se sienta en un banco polvoriento del bulevar. Le asaltan muchos recuerdos de su infancia en ese lugar. En sus ojos se acumula tanta tristeza que siente la necesidad de cerrarlos. La ciudad se despierta y él cierra los ojos con la esperanza de que sea por última vez.
Tres horas y quince minutos
03 domingo May 2015
Posted Pensando en voz alta
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