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(A mi querido amigo y compañero, Juan Ferreras, reportero gráfico)
¿Cómo decir con la palabra vulgar lo que se siente si uno no es poeta? ¿De donde sacar metáforas capaces de resecar hasta la asfixia las gargantas de quienes se beben nuestra vida y luego la escupen sobre nuestros desmembrados y esparcidos cadáveres calcinados?
No tengo palabras para decirte, hermoso desconocido, lo que sentí hoy. La factura de la compañía eléctrica será impagable este mes de calor inusual. Tenemos que ahorrar y apagar el aparato acondicionador de aire; abrir la ventana. El aire no entra fresco, pero sí las notas de tu pequeña arpa justo en mi vertical. No veo tu rostro, pero siento que se pega a una micra de la tallada madera tu mejilla. La melodía que interpretas tiene un acento de viejos y viajeros conocidos, pero en tí suena refundada, como una patria nueva, como revolucionaria. Gracias desconocido músico callejero por regalarme tu música ante la insolente indiferencia de los transeúntes.
¿Es Juan, mi viejo compañero del diario, ese al que la policía zarandea por intentar hacer su trabajo e informar captando el instante y la noticia en su cámara?
Hoy saco tiempo robado al insufrible tiempo, mi enemigo, para poner aquí estas y otras vulgares palabras incapaces de dar fe de cuantos acontecimientos me rodean. Tengo la extraña sensación de que también este espacio de libertad me será negado, de alguna manera me será negado…