Ahora, cierro los ojos y te miro.
Miro en la luz de mis ojos cerrados.
Te veo deambular, a tientas,
por dentro de mi oscura mirada.
Eres un oscuro verso suelto.
Mirada
25 lunes Ago 2014
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in25 lunes Ago 2014
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inAhora, cierro los ojos y te miro.
Miro en la luz de mis ojos cerrados.
Te veo deambular, a tientas,
por dentro de mi oscura mirada.
Eres un oscuro verso suelto.
22 viernes Ago 2014
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inEn la última mudanza trasladamos, sobre todo, libros, discos y vídeos. También movimos enseres, cacharros de cocina, la vajilla, ropa y algunos cuadros.
Otra vez los libros vuelven a refugiarse en el interior de las cajas de cartón donde viajarán en retorno extraño e incierto a una vivienda que les resultará ahora familiar.
En estos traslados siempre surge del interior de algún libro una nota, poema, compromiso, deseo, felicitación…
Pasando un montón de libros (más de los que pueden abarcar mis manos) de la estantería a la caja, uno de ellos termina en el suelo. En la caída a dejado al descubierto, emergiendo desde las entrañas impresas, la esquina de una fotografía que asoma por donde cortó el papel sobrante la trilateral cuchilla en el proceso de encuadernación de este ejemplar de «El otoño del patriarca» en un taller de artes gráficas de Barcelona, según nos dice su escueto colofón, que seguramente ya no exista.
Mis dedos tiran de la fotografía y la extraigo. Es el último retrato que le hice a mi viejo. Nos quedamos una rato mirándonos el uno al otro, Está viva su mirada, y su sonrisa. Las manchas de su piel casi pueden tocarse. Mantenemos la mirada, como si los quince años que han pasado desde el clic de la instantánea no sean más que ese tiempo: un clic.
Sigue vivo en mi memoria él, Gabo, y todos los mágicos maestros que me acompañarán hasta mi último otoño. Mientras, sigo pasando libros de cajas a estantes y vuelta a empezar. No somos más que una foto atrapada en el corazón de un viejo libro.
07 jueves Ago 2014
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cambio político, corrupción, democracia, oportunistas, Podemos
Durante años asentiste a todas sus órdenes: era el jefe indiscutible y con él tendrías asegurado el puesto. Lo conociste en la Asociación de vecinos cuando eras todavía un adolescente militante de las Juventudes. Era algo mayor que tú, y ya era todo un líder. Sabías que llegaría lejos. Nadie sabe cómo, pero termino su carrera de derecho a pesar de su dedicación a la política y al partido y de allí al cargo que sustentó durante varias décadas.
Durante años le justificaste dentro y fuera de la organización por impresentables que fuesen sus decisiones: era el amo allí y tu sueldo dependía de sus decisiones. Viste llorar a tu padre aquel día, cuando la asociación de vecinos del barrio cerró sus puertas para siempre. Tu viejo rompió el carnet del partido y quitó de la pared de la salita el cartel enmarcado con su nombre en aquel mitin en el que compartió escenario con los líderes nacionales.
Durante años ocultaste sus chanchullos porque eran también los tuyos: él te sacó de una situación muy complicada cuando se descubrió el asunto de aquellas facturas. Tu hijo mayor te miró con tristeza y te dio una lección de ética política que nunca superarás. Sigues en el partido, pero él no. Tu hijo es un radical de izquierdas a pesar de la educación que le pagaste en el mejor colegio privado de la ciudad.
Hace algunos años que no te ves con él: ya no manda en nada ni en nadie. Vive cómodamente en una lujosa urbanización y en su despacho hay fotografías enmarcadas en las que es protagonista junto a los compañeros de travesía política.
Estás ahí mirando a las personas que discuten en la asamblea del Circulo de tu ciudad. Tu hijo sostiene el megáfono y explica una vez más en que consiste la democracia horizontal. Allí, entre los ciudadanos que escuchan a tu hijo está él, mayor, vistiendo informal y haciendo el paripé. Está dispuesto a seguir liderando el mundo.
03 domingo Ago 2014
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Como la tranquila y discreta gota que brota del venero —inventando el río, en la fría y alta montaña desde donde inicia su largo camino en el que se hermana con otras que, bravas y dulces todas, desembocan en el inmenso y salado mar— el nacimiento de todo sentimiento se produce como el nacimiento de todo lo hermoso: a partir de algo muy pequeño, microscópico, casi invisible e intangible.
Cuando nos enamoramos se produce una reacción en cadena. Casi imparable. Así fue que te conocí aún adolescente tú. Andaba yo enredado en mitad de mi febril enamoramiento y apareciste en esa edad fea en que no sabemos lo que queremos ni somos, pero estamos convencidos de estar seguros de lo que no somos ni queremos. Mi amada me pidió que te indicara como hacer parte del camino y en ello me afané hasta donde pude. Hasta donde me dejaste.
El camino es largo y se estrecha y ensancha en la medida en que lo perdemos o nos tenemos que apartar de él. Seguirlo hasta el final no es tarea fácil y muchas veces lo cruzan otros caminos aún más inciertos e insondables. Llegó la encrucijada y no había señales, ni flechas, ni estrellas en el cielo que indicasen tu camino: bajaste la cabeza y avanzaste con tu ahogo mudo.
Somos como la hermosa planta que tras germinar bajo la tierra sale buscando la luz, crece, florece, esparce sus semillas y muere. Un milagro que sucede en un instante, pero que si se observa en paz resulta eterno. Nuestra vida es una reacción en cadena. Encadenamos a nuestros padres con nuestros hijos, a nuestros amantes con nuestros amados, a nuestros hermanos con nuestros nuevos hermanos. Encadenamos un año con otro, como si solo fuesen eslabones de una cadena. Encadenamos nuestra vida a los años como si el tiempo no fuera un invento.
Como la fresca gota al brotar y golpear con el cristalino charco, año tras año nos miramos y deseamos felicidad, como si ésta no fuese más que un invento. Este año no te desearé un buen día; un buen año… una buena vida. Hermana, este año solamente te diré que te quiero. Haz con este cariño una cadena.